Las distintas ramas de las matemáticas emplean distintos sistemas simbólicos para expresar enunciados verdaderos acerca de sus objetos fundamentales. Estos sistemas simbólicos son llamados lenguajes, y una de las preguntas fundamentales de la teoría de modelos, la rama de la lógica matemática en que me he especializado, es la de qué tipo de objetos matemáticos son definibles (es decir, susceptibles de ser expresados) en esos sistemas simbólicos. La idea es que los lenguajes tienen ciertas limitaciones en su capacidad de expresión y por ende, algunos de los objetos que forman parte de las estructuras matemáticas que nos conciernen son definibles, es decir son susceptibles de ser descritos por enunciados en esos lenguajes, y otros no lo son.
Mi búsqueda poética está relacionada con este problema. Por ejemplo, mi libro Ícaro hace piruetas en las nubes, que aparecerá el próximo año en Argentina, surgió del ímpetu de intentar escribir poemas en el lenguaje constreñido del palíndromo. El resultado quizá se parezca un poco más a las distorsiones cubistas de la figura humana, pero el punto de partida es la pregunta: ¿es posible escribir un poema palindrómico? En el prefacio sugiero que el palíndromo, protagonista del libro, es como Ícaro: intenta volar, con alas de cera, hacia la luz solar de la poesía clásica y, como le pasa a Ícaro, se desploma en pleno vuelo y cae –de la manera en que el palíndromo regresa al inicio después de encontrar su centro– a la tierra de la perplejidad sintáctica de que ha partido. Puede que el palíndromo no consiga ser poema clásico, pero el intento y fracaso de su vuelo no deja de ser un acto poético.
La poesía formal, en general, también está vinculada al problema de la definibilidad. Si uno quiere decir una cosa, ¿es posible decirla en la forma de un soneto? Hay cosas que sí y cosas que no, por supuesto. Y ciertamente hay más cosas que sí de las que un aprendiz de poeta formal supone. Lope de Vega, por ejemplo, consiguió escribir un soneto acerca de cómo escribir un soneto. Yo he conseguido un soneto que se describe a sí mismo: dice cuántas oraciones tiene, cuántas palabras, cuántas letras, cuáles letras son las más frecuentes, etcétera, y todos los enunciados son verídicos. En otra ocasión escribí, en inglés, una villanela que describe la sensación que tuve al escribir la villanela. Y también conseguí un soneto que se declara, verídicamente, anagrama del soneto de Lope arriba mencionado.
Más recientemente, tras percatarme de la huella de carbono desproporcionada de los vuelos aéreos y del impacto que esa industria probablemente tiene en el cambio climático, se me ocurrió intentar escribir un soneto cuya totalidad fuese el resultado de yuxtaponer códigos de aeropuertos. La idea, me dije, es que si es posible escribir un soneto (que pase como soneto) de esta manera, ello es porque hay demasiados aeropuertos en el mundo. El lenguaje a que tenía acceso para escribir este soneto es un lenguaje reducido: hay muchísimas palabras que no pueden ser eslabonadas a partir de códigos de aeropuertos, por supuesto, y aún aquellas que sí pueden ser eslabonadas de esa manera tienen limitaciones, pues son compatibles únicamente con una fracción de las demás palabras susceptibles de ser construidas de esta manera.
Para cerciorarme de que no había errata en el texto, tuve que programar, en el magnífico Python, un verificador. Y luego añadí otras cosas, como un medidor de la longitud total del soneto (en kilómetros recorridos). El soneto que conseguí en español visita ciento cuatro aeropuertos en total y abarca un recorrido de 1,107,825 kilómetros de longitud, es decir aproximadamente veintisiete vueltas al planeta. (Todavía no he calculado la huella de carbono de semejante itinerario, pero supongo que, en términos humanos, es no trivial).
Pese a que el diccionario reducido de palabras que pueden ser eslabonadas a partir de códigos de aeropuertos es más amplio que el de palabras susceptibles de ser empleadas en palíndromos, escribir el soneto no fue nada fácil. A continuación una forma de calibrar cuán complicado fue escribirlo. El 31 de enero del 2020 recibí un mensaje de WhatsApp de mi madre, quien me hacía ver que el 2 de febrero iba a ser una fecha capicúa. Esa noche, y luego buena parte de la mañana del día siguiente, escribí setenta pares de endecasílabos reversibles para generar diez millones de sonetos palindrómicos. Luego aprendí JavaScript y logré publicar los diez millones de sonetos palindrómicos al día siguiente, a tiempo. En comparación, escribir este soneto hilvanado con aeropuertos me tomó por lo menos seis días de trabajo intenso. Ello es porque si bien la primera versión no fue tan difícil de hallar, el proceso de edición continuaba mejorando el soneto de manera considerable. Pese a que yo edito mis palíndromos con frecuencia, y ese proceso los mejora, la mejoría es siempre muy discreta. Con este soneto, en cambio, logré eliminar montón de problemas de toda índole en la versión inicial, y después de seis o siete días, di con la versión que ahora tengo entre manos.
Una vez hube programado el verificador, se me hizo más fácil encontrar posibles sustituciones, claro, pero también se me hizo posible estimar cuán improbable es encontrar una línea de las características del poema. En los ciento cincuenta y cuatro sonetos de Shakespeare, por ejemplo, hay exactamente dos líneas que son susceptibles de ser eslabonadas con códigos de aeropuertos. De ahí, y de un resultado semejante a partir de un poema de Luis de Góngora, estimo que la probabilidad de que un endecasílabo pueda ser eslabonado a partir de códigos de aeropuertos es aproximadamente 0.001, ciertamente más probable que un endecasílabo palindrómico, pero no del todo frecuente.
He aquí el resultado. Curiosamente, los dos primeros aeropuerto, BAL (la base militar Batman) y ADA (Adana), están en Turquía. El viaje, que comienza en el título, concluye en UNA (Una-Comandatuba), Brasil.
BALADA DEL AVIÓN ITINERANTE
Diurna llega la gente distraída,
luz y alba y tal frescura en la mirada,
a viajar en las nubes de una amada
maravilla de atmósfera perdida.
El parisino amanecer da vida
a una escena de amor en la que nada
nos indica la fina llamarada
de lenta humanidad en despedida.
Pinta las azaleas en el suelo,
caminante sin ala ni fortuna.
No deplores ni sufras cada vuelo.
Tira el atlas: no sientas pena alguna.
No contaminarás ni amor ni cielo
y verás la plural y mansa luna.
Increible Pedro, estaría genial un curso en Oralitura o cualquier otra plataforma donde nos enseñas herramientas de verificación con programación y creación mixta con lineas de código. El gran salto en el ajedrez contemporaneo se dio cuando los ajedrecistas empezaron a estudiar y prepararse sus partidas con máquinas para llevar un paso más allá su propio proceso lógico y creativo ¿ocurrirá lo mismo con la poesía en el límite? Un saludo y no dejes de asombrarnos.
Siempre es un placer leerte, Pedro. Es fascinante las cosas que se pueden hacer con ingenio y talento. Saludos y gracias por escribir.